Los límites de la «eficiencia»

23 04 2012

Escribo este post, por fin, 2 meses después de expresar que haría una contribución al debate iniciado por mis colegas de Lógica’Eco Francisco Romero y Enrique Estrela en sus posts «No es momento para el decrecimiento» y «El decrecimiento y otras formas de relacionarse con el mundo«.  Llevaba tiempo queriendo sentarme a escribir, pero lo cierto es que lo he ido dejando de manera imperdonable. Lo primero es disculparme ante Francisco y Enrique por la tardanza de mi contribución.

Vaya por delante que estoy de acuerdo en casi todo lo que expresan mis compañeros en sus posts. Mis divergencias se centran, y es lo que quiero desarrollar en este texto, en las cuestiones relacionadas con la tecnología, la eficiencia y el ecodiseño.

No puedo estar más de acuerdo con Francisco cuando apunta que los que proponemos resolver verdaderamente (y no superfluamente) la crisis ecológica y renunciar a las insostenibles pautas de consumo que parece que han tomado carta de derecho universal, no somos nada seductores y difícilmente seremos capaces de movilizar para el cambio. Los que trabajamos en temas ambientales somos, en muchos casos, portadores de malas noticias, y ello lleva al hartazgo y consiguiente rechazo de parte de la sociedad. Y el deterioro ambiental provocado por el comportamiento de la civilización urbano-industrial, -deterioro que sigue su curso sin ningún tipo de freno-, no hace sino profundizar en esta situación.

Del texto de Enrique me ha gustado su contribución al debate sobre el crecimiento o decrecimiento, enmarcado en aquel otro sobre si el desarrollo económico equivale o no al mero crecimiento, y sobre el origen, uso y limitaciones del término sostenible. Me gustaría aportar este notable texto de José Manuel Naredo que arroja mucha luz al asunto. Aunque aprecio las aportaciones de los autores de Cradle to cradle, considero que no es posible seguir desarrollándonos indefinidamente y simplemente modificar ciertas pautas de funcionamiento del sistema de manera que al final se tenga un medio ambiente mejorado con respecto a la situación inicial. Este escenario ya se apuntaba hace décadas con el clásico debate sobre la desmaterialización de la economía y las famosas curvas de Kuznets. Siguiendo con Naredo, os dejo una excelente entrevista en la que esboza, entre otros muchos, este tema de la falsedad de que el crecimiento económico pueda independizarse de los consumos de materiales y energía (a esto se le llama precisamente «desmaterialización económica»). Para abundar más sobre el tema, es absolutamente recomendable el libro colectivo, ya un clásico, que dirigió hace años conjuntamente con Antonio Valero, y titulado «Desarrollo económico y deterioro ecológico«. Imprescindible. Como una imagen vale más que mil palabras, según dice el dicho popular, he aquí una viñeta de El Roto que nos ayuda a comprender todo esto con un simple golpe de vista.

En España, destaca la Tesis Doctoral de Óscar Carpintero, en la que realiza un exhaustivo análisis del metabolismo de la economía española y sus secuelas de deterioro ambiental. Ha sido publicada como libro por la Fundación César Manrique. Se trata de un libro extraordinario. Como es largo y complejo y no todos tendréis el tiempo necesario para consultar con tranquilidad la Tesis, os dejo esta breve presentación, en la que el propio Óscar repasa estos temas.

En definitiva, las propuestas de seguir con el crecimiento económico y mejorar el «clima ambiental» a través de la mejora de los procesos tecnológicos y el incremento de la eficiencia en el uso de los recursos, «desmaterializando» así el proceso económico, chocan frontalmente con la noción de sistema económico y sus agregados de producción y consumo manejados desde la economía convencional. Como también chocan con los ineludibles Principios de la Termodinámica, muy particularmente con el Segundo, que nos señalan que no hay ningún proceso que sea 100% eficiente. En efecto, siempre se producen pérdidas, por lo que el deterioro en el stock de capital natural no puede compensarse de ninguna manera con inversiones y mejoras en los otros stocks (de capital tecnológico, humano, etc.). Es por tanto vital mantener en unos niveles adecuados el stock de capital natural, que se encuentra en el corazón del funcionamiento de la economía.

No es difícil concluir la imposibilidad de seguir creciendo en un mundo finito, así como vana la pretensión de corregir los deterioros ambientales a través del progreso técnico. De hecho, esto es algo que siempre se había tenido muy claro desde la Antigüedad Clásica hasta hace apenas 3 siglos. Fue con la llegada de la Ilustración y la consiguiente fe en el uso de la razón como medio para generar «progreso», cuando se instala la metáfora de la producción (económica) y la mitología de la salvación por el crecimiento (económico), articulándose la idea usual de sistema económico con sus parabienes de producción, consumo, mercado, crecimiento, etc., que mantiene su vigor aún hoy y a pesar de que las ciencias de la naturaleza hace tiempo que la desautorizaran en el terreno del mundo físico en el que nos desenvolvemos. Todo ello lo explica largo y tendido, y con la extraordinaria elegancia y rigor profesional que le caracteriza, José Manuel Naredo en su imprescindible «La economía en evolución: Historia y perspectivas de las categorías básicas del pensamiento económico«.

Por ello, la representación habitual que se hace del mito del desarrollo sostenible como aquel espacio donde se encuentran 3 circunferencias (economía, sociedad y medio ambiente) nos parece falsa, y proponemos una nueva forma de representar la economía a través de una circunferencia que se encuentra contenida dentro de aquellas otras que representan a la sociedad y al medio ambiente, pues no cabe una economía al margen del medio ambiente o del cuerpo social. Justamente en un post anterior repasábamos e ilustrábamos gráficamente esta idea.

Así las cosas, si los países más desarrollados han mejorado la calidad de su medio ambiente, no es porque hayan desmaterializado sus economías, o porque hayan incorporado nuevos criterios de ecodiseño en sus procesos de producción, sino porque han exportado su insostenibilidad a otras regiones del planeta y porque han importado capital natural allende sus fronteras. Los datos disponibles de huella ecológica así lo certifican. Cuando se tienen en cuenta los flujos ocultos de la economía (aquellos que no pasan por el mercado) se ve con claridad que no se verifican las curvas de desmaterialización de Kuznets, y que el «deterioro ecológico» es un fruto obligado del «desarrollo».

El ecodiseño tampoco es una solución definitiva, en nuestra opinión. Puede ser de gran ayuda, pero no es la panacea. No puede serlo cuando el problema ambiental no es una cuestión de diseño, sino de proyecto. Esto es, hay intervenciones humanas en el medio natural que directamente no deben hacerse. Permitirlas, aunque las llevemos a cabo con criterios ambientales y prácticas de ecodiseño, no resuelve nada. Chocamos una vez más con las leyes de la Termodinámica. Nos vienen a la memoria los trabajos de Georgescu-Roegen sobre las cuestiones de energía, entropía y su repercusión en el proceso económico, y los de Schumpeter sobre el carácter evolutivo de la economía. «La Ley de la entropía y el problema económico» pasarán a la historia como uno de las obras más lúcidas y espléndidas del genial economista rumano. Absolutamente imprescindible, aunque ciertamente deprimente, al adquirir conciencia de que nos encaminamos desde la sopa primigenia a un puré crepuscular carente de vida.

El problema de fondo no es energético, sino de materiales. El proceso económico entrará en un declive más y más profundo por una simple carencia de materiales que remover, pues nada se restaura y la ley de la entropía hará que los materiales cada vez tengan unos niveles de calidad más bajos, serán menos aprovechables al contener una mayor  cantidad de energía no disponible o ligada (esto es lo que llamamos comúnmente «desorden» o entropía), no aprovechable de ninguna manera por el ser humano. No hay milagro tecnológico ante este proceso.

Sentimos ser tan duros. Este escenario es el que apunta el metabolismo socioeconómico de la civilización urbano-industrial, según nos indica la ley de la entropía y las valoraciones de los principales especialistas en la materia. Nada hemos inventado, al contrario, hemos procurado citar numerosas fuentes y autores de prestigio a la hora de elaborar este post.